domingo, diciembre 31, 2006

A Jorge Poccard






A Jorge.

Hoy, tarde, como suele ocurrir con estas cosas, me enteré que mi padrino Jorge había fallecido
Me hubiera gustado saludarlo. Desearle buen viaje.
Un viaje que él siempre imaginó. Una travesía para la que se preparó toda la vida.
Jorge era mi padrino de confirmación, el sacramento que los católicos dedicamos a refirmar nuestra fe, protestada originalmente en nuestra representación por nuestros padrinos de bautismo.
No fue una elección al azar. Jorge era un verdadero custodio de las almas que se le confiaban, de las que se le aparecían en la vida.
Nunca dejaba de dar, aunque sea por un minuto, un pequeño testimonio de su fe, de la suya, que era la de los dos, y de su profunda devoción.
No compartí demasiado tiempo con él.
Teníamos círculos diferentes, mundos apartados, en la edad, en lo social, en lo geográfico. También, debo reconocer, en lo espiritual, sobrepasaba en mucho mi predisposición a tan superiores tareas.
Una especie de santo en vida, su vida terrenal fue dura. Esforzada. Llena de desencantos que é tomaba con una paciencia y naturalidad que sólo quien confía ciegamente en la Divina Providencia podía tener.
A pesar del poco tiempo que pudimos pasar juntos, me enseñó algo que nunca olvidaré:
Encontró una manera de rezar mejor.
Rezaba mucho, y por todos, pero encontró la manera de sublimar el rezo, en la poesía.
Delicadas y certeras estrofas, ardientes llamados y regalos a Dios, a la Virgen, y a los Santos.
Bien dice que quien reza cantando, reza dos veces. Pues en sus versos mi padrino llegaba al corazón de los más ineptos, de los mas desprevenidos, porque ése es el don de la poesía. Ser el camino hacia los corazones más delicados. El de los más sufridos. El de los solitarios y los olvidados. Los verdaderos pobres de espíritu.
Sin saberlo, o quien sabe, todo lo contrario, me enseño ése camino como uno que yo podía usar cuando me fuera necesario, a mi modo. Así lo hice, y fue una gloria.
Seguramente fue un caso de plegarias atendidas.
Que estas líneas sean entonces mi saludo. Un agradecimiento y un pedido. Para que desde donde estés, sigas intercediendo por nosotros.
Hasta vernos!


Ariel (h).

lunes, diciembre 25, 2006

Mi carta por la Paz.





Mi carta por la paz.

Tengo un dolor sordo
Una pesa en el pecho

Una sombra ominosa y densa que me hace compañía
Paseando colgada de mi alma, como una larga, silenciosa y pesada cadena.
Es una sensación vaga, pero conocida, de angustia y de repulsa
Que espesa el aire y lo vuelve venenoso

Anonadado me invaden las noticias, y nada da consuelo.

Así es la guerra.

Así es para mí, para quien vive aquí, y sabe que sus raíces llevan hundidas en este querido suelo más de cinco generaciones cuando un tal Agostino le escapó a la suerte
Y se vino de Verona en 1850.

Y esas raíces son la que me hacen crujir el alma cuando sé que en estos años
Abrazaron y fueron abrazadas por miles de manos y labios
Por Estheres y Fátimas, por Davides y Hassanes
Que llenaron de savia y de vida este suelo

Que alimentaron sus sueños inmigrante con blinis y con baclavas
Al tiempo que se hacían gauchos de rastra y chorizo.
Y compartían su pan y su vino.

Mierda, qué difícil es entender, y cuánto duele!

El caminante que soy ha hecho posta en esos santos sitios, llenándome de admiración y de emoción, pero sobre todo, ese mismo camino, allá y aquí,
me ha dejado reposar en algunas de esas almas,
y me ha permitido tocar alguno de esos corazones.

Nada me es tan ajeno como la indiferencia..
Esta tierra y esta historia, fueron y son la tierra prometida para muchos de ellos
También lo es para mí.
Aquí hemos construido una casa común.

No es un palacio, ni una gran mansión.
Se parece a lo que somos, un gran rancho de paja y adobe,
En el que algunas tejas están flojas, donde algunas ventanas no cierran
Y donde algunos caciques se hacen pasar por otarios para avivarse un poco.

Pero es la casa de todos.
En ella
El mate esta calentito
Y en la ronda, no hay distingo.

Quizás, desde acá podamos hacer algo.
Al menos, mostrar cómo es posible convivir en el amor,

Enseñar desde la piel de nuestros hijos, mitad canela, mitad leche cuajada,
Desde sus ojos, azules como el Mediterráneo
O moros como el desierto
En sus sangres mezcladas
En nuestro orgullo mestizo.

Que seguimos creyendo que no hay bien en la guerra
Y que la única razón
Es la esperanza.






Ariel G. Dasso
Buenos Aires , julio de 2006

La Pirámide

Fui en busca de un sueño
De un pendiente, de una ilusión.

Necesitaba ver ese lugar sagrado
Y ser parte de él.

De manera prosaica y
sin dejo de dulzura
Casi comercialmente me llevó el día

Me acerqué caminando despacio
Respirando profundo
Esperando sentir, hacerme parte.
Vibrar

Quería sostener una canción,
Un poema
Una rima que aún no había escrito, pero
Que le pertenecía a este lugar desde
Que tuve noción de su existencia

Ansiaba maravillarme
Y emocionarme

Caminé lentamente, hacia la pirámide mayor,
Resguardando mis fuerzas, soñando trepar los 91 escalones

Me presenté ante el monumento
Y una simple y tonta soga de cáñamo
Me anunció que no.
Que ya no se podía subir.
Que esas alturas me estaban vedadas.

De repente me invadió una sensación de profunda tristeza
Una frustración tremenda (exagerada, quizás)
Que me duró casi todo el resto de la visita.

Me enojé con el lugar, con el guía, con el calor brutal
Con el sol que me picaba
Con la sed
Con el agua mineral casi caliente que llevaba en la mano

Caminé hacia el Campo de pelota,
Probé el eco del lugar. Seguí caminando al observatorio
Que sí conquisté con mi torpe escalada.

Casi dos horas después, volvía estar frente a frente con la pirámide
Ya solos
Casi sin gente

Soné mis palmas otra vez, para escuchar
El eco del grito del quetzal

Me planté en el suelo, mirando el altar arriba, desde donde alguien
Parecía sonreír burlonamente
Mirando de soslayo hacia abajo
Como queriendo decir que ahora
Las cosas estaban finalmente en su lugar,

El arriba, donde pertenecía. En el mundo de mis sueños.
Y yo, abajo.
En el mundo real.


Chichen Itzá, 2007

Bailar en las calles



Bailar en las calles


El aire está tibio,
Como un suspiro querido

Ha llovido, pero el alivio
De la brisa fresca duró poco

La noche, todavía no tiene estrellas, pero las calles, lentamente
Se van poblando
De turistas y de lugareños
Hoy los cafés han sacado sus mesas a las calles
Y las plazas

Y Mérida está llena de música
Y de gente.

Pronto la salsa y el merengue
Ganan el aire

Y la gente comienza a bailar, en las calles
Los novios que pasean
Las gentes del lugar
También los turistas
Los que estén solos y
Los que están acompañados

Es casi un rito popular
Una manera de bailar por el goce de hacerlo

Con destreza o sin ella
Con las ganas de gozar el momento

Vi como varias personas que no se conocían
Se invitaban a bailar
Me preguntaba
Cómo es
bailar con un desconocido

Una persona que te toma de la mano
Y te lanza al espacio del ritmo
Y la melodía
Apenas cruzando de vez en cuando las miradas
Porque lo que importa es el baile

Cómo te lleva y te trae
De la alegría a la melancolía
Un poco lejos
Un poco cerca

Con cuidado
Y sin ofender

Y así, el desconocido
Ese que no tiene rostro
Ni cuerpo
Porque la densidad es de la melodía
Y la profundidad es la del ritmo

Tiene el rostro de todos los rostros, (o ése rostro)
Los brazos de todos los brazos, (o ésos brazos)
El aliento de quien más te guste
Tibio
Como el aire de la noche

Bailar en la calle
En tierra de nadie
O, mejor, en la de todos
Es soltar las amarras
Es dejarse llevar

Y por un momento
Imaginar
Que estas
En el lugar
Que querés estar.


Mérida, 2006.

domingo, agosto 06, 2006

Vocación de servicio






Vocación de servicio

Tenía yo por entonces 19 años. Y ése era mi primer trabajo. Un trabajo acomodado, dentro de la tradicional, invisible y vernácula red de lo que llamo la “corrupción blanca”, tan propia de la Argentina. Es decir, ese sutil tramado de relaciones familiares, sociales y políticas que permiten a nuestra sociedad de gozar cierto grado de privilegio en el acceso a ciertas “changas” o laburitos del menor nivel, amparados bajo los generosos presupuestos de los estados nacionales, provinciales o municipales.
Cuanto más abajo en el escalafón administrativo, más sencillo es. La red además, a pesar de que en nuestros días goza de muy mala prensa, tiene una cierta vocación democrática, porque si bien el puesto es asignado según la confianza que la familia de uno, que es la que de ordinario gestiona el “puestito”, tiene con el capanga de turno, no deja también de ser cierto que es un valor entendido que al primer golpe de “furca” político, ya sea en el nivel nacional, municipal o provincial, cuando el capanga queda fuera, automáticamente, uno está fuera. Y vendrán otros, tan poco preparados o tan inútiles o tan inexpertos como lo fuimos nosotros, a gozar de idéntico beneficio, por un tiempo similar. A esta altura de mi vida, ya no me animo decir a ciencia cierta si esta “tradición” es buena o mala. En principio parece bastante poco productiva, pero bien mirada, ya no sé qué prefiero, si pagarle el sueldo a un inútil, o tenerlo en la calle rompiéndome las pelotas cortando calles, pidiendo limosna o afanando.
La cuestión es que, transcurridos ya algunos añitos de la experiencia democrática nacional un padrino de la familia logró enquistarse en una de esas posiciones tan útiles para el progreso personal: una intervención, Y además, una intervención de segundo rango, en una sub-sub-subrepartición municipal de lo que todavía no era el ahora pomposo y afrancesado gobierno autónomo, sino la vieja y querida municipalidad porteña. Ese enorme e interminable elefante gris, que maltrataba todo lo que tenía, destruía todo lo que poseía. O simple y sencillamente dejaba pudrir todo lo que bajo su órbita, simplemente, vegetaba, sin siquiera notarlo.
La intervención tenía, entres sus complejas tareas, el control de una unidad presuntamente corrupta (y por ello merecedora de la tan justificada intervención), que administraba, entre otros bienes, más o menos abandonados de la ciudad, un parque de diversiones.
Algo que alguna vez se había presentado como una adelanto del futuro (nunca nada como lo que habríamos de ver y escuchar en la década siguiente, debo admitir, viajes a la Luna desde El Chamical incluidos), era ya por esos día un montón de peligrosa chatarra rodante y volante, un abigarrado esperpento de latas multicolores y chascos chirriantes, un inescrutable enjambre de aromas sospechosos, que no hubieran resistido un análisis bromatológico realizado a menos de 10 kilómetros de distancia. Pero eso lo podemos decir hoy. En aquellos días, y para nuestro modesto público local de aquella dorada era protodemocrática, era el sucedáneo del circo de los abuelos y los más parecido a Disney que verían en toda su vida. Y por un módico precio aseguraba diversión más o menos familiar por un buen rato. Las condiciones de salubridad y seguridad, eran valores del futuro y por lo tanto factores inexistentes de la ecuación.
En suma, a pesar de sus limitaciones, el sitio lograba concentrar, en particular los fines de semana, una pequeña multitud que hasta bien entrada la noche viajaba en fantasmales trenes, tiritaba en montañas rusas que lo más ruso que tenían era su índice de peligrosidad y su nivel de mantenimiento, ambos típicamente soviéticos,
Lo cierto es que en esos días, el parque manejaba una buena suma de dinero, no muy significativa en cuanto a cifra total, pero sí muy abultada, tratándose en todos los casos de billetes de baja denominación y monedas. Lo que damos en llamar “cambio chico”. Eso que falta cada día en la ciudad, el parque lo recolectaba a manos llenas los fines de semana.
Lógicamente el volumen de movimiento era realmente mayúsculo. Yo me desempañaba como ayudante del área contable. Si a eso podía llamársele contaduría o tesorería. Era la última oficina del fondo de un galpón desvencijado, donde debería haber tenido sus oficinas el director del parque, ya hacía algunos años desplazado por la intervención. Esta, por razones “operativas”, había preferido unas coquetas oficinas en la calle 25 de Mayo, con la excusa de que era necesario contar con acceso inmediato a las oficinas del intendente, ya que la intervención administraba muchos otros bienes de gran valor, y la relación de la intervención era directa con el intendente, sin intermediarios. Puras macanas. Lo cierto es que el interventor, por el parque no aportaba. Todo quedaba en manos de un sub-sub-gerente de área, que venía solo las noches de los viernes, sábados y domingos, es decir cuando había recaudación.
Como uds. habrán de suponer, semejante locación laboral tenía la particularidad de concentrar lo más granado de la flora y fauna de los empleados públicos de aquellos años.
El parque era lo más parecido que había visto en mi vida a un zoológico, sólo que los animales estaban del lado de afuera de las jaulas.
Siendo un lugar tan lejano, y con tan escasas posibilidades de “progreso” económico para los empleados, ya que sus tareas sólo podía ceñirse a hacer andar lo poco que quedaba, era considerado como una especia de “Gulag” municipal, donde iban a parar todos aquellos que no podían, sencillamente , hacer otra cosa. O sea lo más parecido a nada.
Empleados administrativos a punto de jubilarse, o con los trámites iniciados hacía ya algunas décadas, y cuyos papeles habíanse quedados atascados vaya a saber uno dónde, mecánicos desplazados por la modernidad de los novedosos vehículos japoneses, inadaptables a sus arcaicos conocimientos de mecánica rastrojeril, hacía lo que podían con esos trastos que si bien no eran demasiado viejos, suizos de origen, habían perdido toda esperanza de mantenimiento cuando, una vez más, el dólar se disparó, casi al mismo tiempo que desaparecieron los responsables de la firma concesionaria.
Así fue que conocí a los personajes más variados y característicos de estos sitios, algunos de ellos, casi caricaturas humanas.
Sandoval, por ejemplo, el encargado de la noche, era uno de ellos. De origen y edad inciertos, sus facciones añosas y arrugadas, y su piel mitad cuero y mitad cobre, parecía denotar una cierta ascendencia indígena, mapuche, o quechua, vaya uno a saber. Suponíamos que era de Santiago del Estero, por lo modos y la tonada, pero la verdad, nadie le entendía nunca demasiado bien lo poco que decía. Se encargaba de cerrar las puertas al final de la jornada, y dormía en el parque, en una casita de material y techo de chapa que se había hecho, al lago del galpón con las oficinas. Jamás lo vi sobrio.
Fernández, era el contador. Bah, creo que título no tenía. En realidad era un subcomisario retirado, que según parece había laburado en Intendencia de la Policía Federal, hasta que alguna situación medio dudosa lo destinó a la Siberia metropolitana. El y Elsa, su ayudante conformaban conmigo, que estaba un poco a disposición de ellos y de cualquier otro que necesitara una tarea más o menos administrativa, la sección Tesorería. Nuestra tarea? Cada viernes, sábado y domingo a la noche, contábamos la recaudación, cerrábamos las planillas de cada juego, y poníamos el dinero en sacas, que ni bien terminado el operativo, a eso de la 1 o 2 de la mañana, se depositaban en el tesoro del parque, situado en el subsuelo del galpón. Quedaba, (Dios me valga) custodiado por el celoso Sandoval, que prácticamente dormía sobre el dinero y al día siguiente lo retiraba el camión de caudales, para llevarlo a la sucursal que nos correspondía del Banco Nación, en Villa Lugano.
Ya por esos días atravesaba nuestro país una de sus recurrentes crisis económicas. La ciudad, había aprendido rápidamente una lección de economía muy simple, que luego el Estado argentino aplicaría reiteradamente. Cuando hay déficit de caja, uno debe cobrar todo lo que puede y pagar lo menos posible. En particular a los proveedores.
Así que ese mañana, viví en carne propia lo que significa un corte de servicio por falta de pago. Era un lunes. La recaudación del fin de semana había sido grande
Más de quince sacas repletas de billetes de dos y cinco pesos y monedas de todo calibre yacían apiladas en el suelo del galpón a la espera de la llegada del camión de caudales.
Ya había pasado la hora fijada, y Fernández se empezó a impacientar. Iba a llegar tarde a su cita habitual con una amiga del barrio. Pasada media hora larga, se comunica con la empresa, sólo para anoticiarse que el servicio había sido suspendido por falta de pago. Qué hacer? Fernández recurrió al teléfono más cercano. El del sub sub gerente, que obviamente jamás apareció.
Finalmente y luego de denodados esfuerzos, llamamos a la intervención. La orden fue inmediata. El personal de Tesorería debía trasladar inmediatamente las sacas al Banco de la Nación Argentina, sucursal Lugano, en el móvil que el Parque tiene a su disposición.

Temblé. El interventor ni conocía el parque. Al menos ese fue mi primer pensamiento. Estaba bien que las abultadas sacas no contuvieran una fortuna, pero lo que estaba bien en claro que para pasar del parque el Banco había que atravesar los monoblocs de V. Lugano, el auténtico y nunca bien ponderado “Fuerte Apache”. (Carlitos Tévez, por esas fechas sería un bebé de pecho, y yo, un humilde recomendado que buscaba un empleo ñoqui par apagar mis gastos,)
Miré a mi alrededor. Fernández colgó el tubo, lívido. Los ojos le brillaban. El tupido bigote, dibujó una sonsrisa torva, como de revancha.
“Sandovaaaaaaal!!!!!”, gritó.
Temí lo peor.
Me miró fijo, ansioso. “Qué espera, Sánchez? Traigame a Sandoval inmediatamente, y … decile que prepare la furgoneta” . El tipo estaba tan ansioso que en medio segundo empezó a tutearme, cosa que no había hecho desde mi incorporación, a pesar que yo era un pibe. Era un tipo bastante formal.
Salí del galpon en busca del Sandoval, que, medio entresueños, con los ojos enrojecidos de noche y alcohol, sudado como si hubiera corrido la maratón de Nueva York, venía hacia mi corriendo como un poseso.
“Mande, Jefe, Mande!” Gritaba desesperadamente en su loca carrera, mientras intentaba ajustarse el cinturón, seguramente sorprendido en medio de alguna obligación fisiológica de naturaleza personalísima. Pasó delante de mí como un exhalación, tambaleante pero decidido, dejando una estela espesa de tetrabrik cuya densidad sobrepasaba todo lo imaginable.
Intenté seguirlo, tomado una cierta distancia para evitar alcoholizarme por aspersión, tal era la intensidad de la baranda.

El la oficina Fernández daba órdenz como un mariscal de campo
“Estela, bajen al sótano y preparen las sacas, Sandoval, traé la furgonteta, Nene”, me dijo, “vos venís con nosotros!,Cerrá las planillas y vení rajando!!.”.
“Adónde?” pregunté, los ojos fuera de las órbitas, en una pregunta que anticié como retórica, ya que temía la respuesta
“A llevar la guita al Banco”, Es una orden directa del Intendente!!”
“Pero, si la camioneta hace seis meses que no anda, ni siquiera debe tener batería!Ni pensar en gasoil!” atiné a ensayar una réplica, que hiciera desistir del alocado viaje al contador, devenido repentinamente en transportador de caudales.
“No importa, la empujamos y arranca!!!” Comprendí en ese momento que Fernández había retomado su personalidad de subinspector retirado. En un rápido movimiento, puso su mando en la espalda, saco un 38 largo, brillante y bruñido, con cachas de madera, y se lo calzo en la barriga, apretado con el cinturón.
UN sudor frío recorrió mi espina. Comprendí que ya nada lo haría retroceder. Las cartas estaban echadas.
Sandoval trastabilló hacia el patio gritando,
-Ayudáme, nene! Vamo´ a sacar el movil”.-
El “móvil”, como pomposamente llamábamos administrativamente al único vehiculo que los fugitivos concesionarios habían dejado en el predio, era una viejísima F-100 con cabina, que todavía ostentaba los portentosos colores de la municipalidad, de la época Cacciatore, Naranja con franjas verdes. Su última puesta en marcha, nadie la recordaba.

Corrí hasta el portón del taller, en el que funcionaba el pañol de herramientas, donde además estaba guardada la furgoneta. Sandoval traía las llaves en la mano, en alto, como quien ostenta un trofeo de caza mayor. Sonreía con los tres dientes que tenía.
Subió al volante, luego de ensayar varias veces con las llaves. Eran solo dos, pero su noción de tiempo y distancia le impedía mayor precisión. Lo miré desesperado.
Entré, resignado. Desde el interior de la camioneta emergió un vaho agudo, ácido y penetrante, como de pis de gato, solamente que concentrado por un par de años de añejamiento. Sostuve el aliento, evitando las arcadas, mientras bajaba la ventanilla frenéticamente, esperando que la brisa primaveral de la mañana contribuyera a disminuir el efecto demoledor de la combinación de blends: el aroma telúricoetílico del Sandoval, y la marca indeleble y añeja que el micifuz había regalado a los tapizados de la furgoneta, la que, como descubriría minutos después, había sabido ser su cálida morada por largos meses.
Sandoval porfiaba con el encendido pero la batería tenía menos vida que el lado oscuro de la Luna.
-“Nene, bajáte y empujá!”, me dijo.
Lo miré, en un instante de duda. Cómo pretendía este cristiano que yo solo pudiera hacer andar semejante carcacho, y encima con el y sus 120 kilos subidos.
-Bájate, caraaaajo!!, se impacientó.
La visión de Fernández, corriendo desbocadamente hacia la camioneta, revólver al cinto, pelos al viento y ojos fuera de las órbitas, despejó cualquier intento de resistencia que hubiera intentado ensayar. El tipo a esta altura ya había mutado y cualquier rasgo asociado con un contador había sido reemplazado por un humanoide poseso con una misión de origen divino: entregar las sacas, tal como le fuera ordenado, aunque le fuera la vida en ello.
Me bajé, haciendole señas al renacido inspector en operaciones, para que me ayudara a empujar. Ni lo dudó.
Afortunadamente, la noble bestia mecánica no defraudó sus legendarios antecedentes, y al primer o segundo intento, tosió congestionada, pero arrancó, llenándonos de humo.
-“Felizmente Ford!”, me guiñó cómplice el bigote lustroso de Fernández, tan torcido que hasta parecía que sonreía.
Por el playón, surgió lenta y cansinamente una imagen espectral, que apenas llegué a distinguir entre el humo del escape. Apenas podía sostenerse en pie, pero avanzaba paso a paso, una saca en cada mano y dos colgadas del cuello. Parecía un Ekeko, Era Estela, a la cual el Fernández le había encargado que trajera la plata de la caja .
-Ayudála, boludo,- me gritó, -yo voy a buscar el resto… Sandoval… veniiiiíiiiii!!!!-
Salí disparado antes de que a Estela le agarrara un infarto de miocardio o zonas aledañas. Las sacas eran muy pesadas. Casi toda la guita estaba en billetes chicos y monedas.
Abrí los portones de atrás de la furgoneta y casi sin mirar tiré la primera saca adentro.
En un instante, quedé ciego y en un alarido. Algo caliente y peludo había salido eyectado del baúl de la camioneta y me había atacado directo a la cara. Era el gato, herido en su tranquilidad y su orgullo, al cual habíamos invadido su hogar, que salía a defender lo suyo. Es decir yo creía que era un gato. Me lo saqué de encima con un rápido movimiento del brazo. Tenía sangre en la cara. No era un gato, era una gata, y adentro de la camioneta estaban sus crías recíén nacidas. El hedor era insoportable. Estela miraba sin comprender.
-“Estás lastimado?”, preguntó,
-“No”, le contesté, “si me viá estar maquiiando para Jalouín!”, grité enojado.“Este gato de merda me arrancó la cara”.
La pobre mujer, solícita, corrió hasta la enfermería a buscar la caja de primeros (y últimos, en este caso, auxilios).
Mientras tanto Fernández y Sandoval, ambos jadeantes trajeron las sacas que faltaban.
-“Qué te pasó, pibe?”, me preguntó
-Nada, nada, le contesté mientras trataba de acomodar lo gatitos entres unos trapos edn una esquina del galpón. La camioneta estaba llena de gatos.
Enseguida, estela me paso alcohol por la cara y me puso algunas curitas donde todavía sangraba. Parecía un huerfanito de Vietnam.

Con las sacas ya acomodadas en el fondo, Fernández dio la orden:
- “Sandoval, vos manejás!. Sánchez, subí adelante!”. Fernández se sentó del lado de la ventanilla derecha.
Salimos del parque disparados.

Sandoval tenía tal esbornia que no le embocaba a la calle. Los primeros trescientos metros los transcurrimos golpeando los cordones de ambas veredas, hasta que el santiagueño mas o menos empezó a mejorar las coordenadas.
Las sacas se sacudían atrás golpeando las paredes de la furgoneta.
Fernández daba órdenes, como si conociera el camino, cosa que no era del todo cierra. Al menos, en cierta pare del recorrido, donde hubimos de atravesar la zona de monoblocs de Fuerte Apache.
Fernández, a falta de sirena y como si la camioneta naranja y blanca no fuera lo suficientemente conspicua, desenfundó, bajó la ventanilla y se acomodó con medio cuerpo afuera, con el caño apuntando al cielo, como quien se apresta a tiroteo cuerpo a cuerpo, o mejor dicho, auto a auto.
Creo que en ese preciso momento dejé de sangrar, por el simple hecho que la sangre se me congeló, del cagazo que tenía.

El espectáculo que ofrecíamos era patético.
Los tres, hombro con hombro en el único asiento delantero, haciendo “los muchachitos”.
A la izquierda y en el volante, Sandoval, con los ojos fuera de las órbitas, totalmente inyectados en sangre, resoplaba alcohol, y sudaba una gotas gordas y espesas que más que chivo parecía supermóvil hidrogenado, intentaba cumplir con las órdenes de Fernández que ladraba sin cesar:
- Izquierda! …Derecha! NOOOOO!!, derecho, dije!!!, Cuidado!”.
A mi derecha, el propio subinspector retirado, gozaba del momento como si estuviere en medio de un operativo de salvataje de rehenes, y tuviera con él las brigadas Halcón y Swat, todas juntas, y a su disposición.
Y yo, en el medio, la cara desfigurada por los arañazos de la gata, lleno de curitas, medio asfixiado por los aromas de Sandoval y los propios de la camioneta, tan mareado que no podía afirmar si íbamos o veníamos y pensando… “qué carajo hago acá……la guita no es mía, no es siquiera mucha, y me van a achurar en medio de Fuerte Apache al lado de un borracho descontrolado y un maniático violento, a los cuales, ni siquiera conozco!!!”.

No sé si ustedes habrán estado alguna vez por allí, pero ya por esos años la zona era un laberinto inextricable de calle, pasajes, pasadizos y callejones sin salidas. Era todavía temprano y poca gente había en la calle, pero la verdad que el espectáculo de una F-100 naranja y verde, lanzada en una desenfrenada carrera, a 80 km por hora, con tres tipos en el asiento de adelante, uno de los cuales blande un 38 plateado en su diestra, dando barquinazos de vereda a vereda, a las 11 de la mañana, es al menos una curiosidad. Incluso para Fuerte Apache.
En eso, Sandoval, que más que manejar iba parapetado tras el volante, no advierte la presencia de un baden, o un lomo de burro, no estoy muy seguro de qué corno era. Lo cierto es que la camioneta sale despedida hacia el infinito, sólo para aterrizar, varios metros más adelante. Fue un momento intenso, de esos que parecen en cámara lenta, donde me dije, “listo, ya está, hasta acá llegué. Nos matamos”. Y en esos instantes pasa como un flash por mi mente, pero en cámara lenta, muy lenta, ese aviso en el cual una F-100 era arrojada desde un Hércules en vuelo a pocos metros de la pista de aterrizaje, y la noble bestia aterrizaba sana y salva. Me dije, si es capaz de eso, también tiene que resistir, siempre y cuando, del otro lado del salto haya tierra firme….
Había.
La suspensión delantera, tal como en el mítico reclame, soportó a pie firme la caída, que provocó un gran estrépito. Las que no aguantaron fueron las puertas traseras que se abrieron de par en par, como una amante impaciente que sale a recibir a su amado, luego de una larga ausencia.
Las sacas volaron por el aire, desparramándose por la calle y las veredas. Sandoval, obnubilado, no tomó conciencia de nada, y siguió apretando el acelerador como si manejara un Fórmula 1.
-La Guiíta!!!,- bramó Fernández!- Pará loco, paraaaaá!!.,
Sandoval aterrizó sobre el pedal de freno, y los tres dimos con la cabeza en el parabrisas. La cultura del cinturón de seguridad era también una cosa del futuro.
-Bajen…. Bajen les digo!!!!, Y ayúdenme a recoger la plata!,- cacareó el cruzado mostacho.
Bajamos.
Sandoval resbaló al salir de la camioneta, y se golpeó la cabeza con el parante.
Yo seguí a Fernández, que, en vez de agarrar alguna de las sacas, echó rodilla en tierra y apuntando hacia el horizonte comenzó a girar, como si toda su humanidad fuera la torreta de un tanque, y su mano, el cañón.
-“Delén, apúrense!!!!, que yo los cubro!”.
Giraba sin cesar, apuntando alternativamente a los cuatro puntos cardinales .
Corriendo como un demente, comencé a levantar las sacas, mientras Sandoval se acercaba lentamente, pasándose la mano por la cara. No veía nada. Sangraba mucho.
Ante semejante escándalo, de a poco, la gente empezó a aglomerarse, a mirar con más detenimiento, y a acercarse al lugar de la escena.
La presencia de Fernández los amilanaba bastante, pero creo que nunca llegaron a comprender realmente lo que pasaba.
-“Dale Sandoval, apuráte!”- Grité, desesperado, Ya había metido en la camioneta cuatro sacas, pero faltaban tres más, que estaban justo en el camino imaginario de Sandoval hacia mi.
-“Agarrá ésas!!!”- le indiqué - “y traélas”.-
Sandoval empezó a correr, sin saber adonde iba. Completamente cegado por la sangre que manaba al mejor estilo boxístico de su arco superciliar derecho, en vez de agarrar alguna de las sacas, tropezó con la primera que se encontraba en su camino, y absolutamente sorprendido, cayó de bruces, contra el suelo, su panza sobre la saca, su cara contra el macadam.
Quedó inmóvil

-Sandoval!!!! Qué pasaaaaa!!!, -se desgañitaba Fernández.
Agarré las dos sacas que faltaban las metí en la camioneta y corrí hacia Sandoval. No respondía. Intenté moverlo para sacar la saca de abajo. Lo hice rodar a un costado. Estaba desvanecido, y tenía el tabique roto. Parecía Galíndez después de la pelea con el negro Richie Kates.

-“Hay que llevarlo al hospital”, dije…
-“De ninguna manera. Vamos al Banco, ya!” , respondió Fernández-
-“Pero, está inconsciente”, balbuceé. “Debe tener conmoción cerebral”.
-“Imposible”, gritó Fernández. “Cerebro nunca tuvo. Lo que tiene es un pedo para el campeonato.!!!”.


Cargué la última saca, y luego, con la ayuda del superpolo levantamos como pudimos a Sandoval y lo metimos en la parte de atrás, sobre las sacas, que le oficiaron de mullido colchón. Cerramos las puertas de un golpe, y Fernández me indicó que manejara.
-Pero, no traje el registro. – dije
-No importa, la multa la pago yo, dijo el subinspector retirado reasumido.
No tenía la menor idea de dónde estábamos. La gente me impedía el aso, y la camioneta además se había apagado.
Le di con la llave varias veces, pero no había caso.
Fernández, frenético apuntó a los transeúntes al voleo
- A ver! , vos, y vos, y vos! - escogíó tres muchachones, y apuntándoles les gritó, Empujen, carajo!
Lo miraron como quien ve llegar un extraterrestre, pero yo no sé si habrá sido habrá sido por la cultura de aquéllos años, más cercanos a los tiempo de la prepotencia y la violencia, o que simplemente la sorpresa y lo insólito del asuntó, lo descolocó, lo cierto es que dócil y sumisamente se encolumnaron detrás de la naranja mecánica, y empezaron a empujar. Arrancó de una. Apreté el acelerador como quien pisa una araña pollito y los dejamos atrás envueltos en el humo del escape, mientras la gente que estaba frente a la camioneta se tiraba a los costados para evitar que la pisáramos o que Fernández, fuera de sí, les descerrajara un cuetazo.

A todo esto, les recuerdo que seguíamos sin saber cómo ir, porque ni el demente que estaba a mi lado ni yo éramos de la zona, y el único mas o menos baqueano estaba en el compartimento de atrás, victima de una sobredosis de Termidor mezclada con exceso de adrenalina, sin contar con los golpes recibidos, el tabique roto, y magulladuras varias.
Decidí para a preguntar en la primera estación de servicio que vi.
-Qué hacés, demente? Me dice Fernández- No vas a parar!
-Si no tenemos idea dónde vamos, loco!, Le dije.
-No bajes! ES UNA ORDEN!- Sacó otra vez el revólver y mientras yo abría la puerta empezó a apuntarme. Yo ya tenía los gobelinos al plato. Y no me importaba nada. Quería terminar con el asunto e irme a casa de una vez. El estacionero se acercó para ver qué pasaba y mientras me indicaba el camino, ve, con asombro y desesperación que desde la camioneta un loco furioso nos apuntaba con una 38 que parecía de platino.
-No se preocupe.- Le dije, fingiendo indiferencia -Es un loquito. No tiene balas, pero se siente feliz jugando a los vaqueros. Ahora mismo lo devuelvo al asilo-.
Una vez reubicado en el mundo y segura ya de poder llegar al banco, me subí a la camioneta. Fernández no cesaba de apuntarme
- La próxima vez, te bajo- espetó
- - Cállese de una vez, y déjese de pavadas. Si no pregunto no llegamos al banco ni el año que viene.
Salí de la estación, tome por la avenida, y tan rápido como pude doblé, como me habían indicado, en el segundo semáforo. Allí, en la tercera esquina a la derecha, estaba el Banco.
Suspiré aliviado, pensando que de una vez por todas, iba a poner punto final a esa mañana de locura.
Me equivocaba.
-Llegamos! – chillo Fernández. - Estacioná pronto!, abrí atrás!, sacá el dinero!- escupía órdenes como una ametralladora, casi sin parpadear, las mejillas encendidas, la frente perlada de sudor.
Eso hice mientras Fernández se dirigía al Banco.
En esa época los bancos todavía mantenía sus vidrieras abiertas. Eran instituciones señeras, respetadas y queridas por la población como si fueran verdaderos aliados de su futuro. Solo después del corralito empezaron a aparecer las persianas blindadas, y las cortinas metálicas. Sin embargo, mientras yo porfiaba por mover a Sandoval, que inerte, yacía desplomado sobre las sacas, veo que Fernández comienza desesperarse aún más, frente a la puerta del banco.
-Abran!, abran, carajo!!.
Ya eran las 12 menos cuarto, el horario de banco estaba en pleno apogeo, aunque parecía como si el banco no tuviera actividad ninguna.
Con dificultad pude hacerme de dos o tres sacas, que acarree hacia la puerta, aún cerrada. Fernández golpeaba desesperadamente y porfiaba por abrir pero la puerta estaba indiscutible y fatalmente cerrada. Sin embargo, dentro del banco parecía haber una débil actividad, aunque no había publico.
Furioso, El ex poli saco nuevamente el revólver y con la culata empezó a dar golpes a los vidrios.
-Abran, carajo!!, qué pasa.??!!
Al cabo de un par de minutos, apareció, a paso cansino una empleada, de unos 60 años, con peinado alto, de peluqueria, mascando un chicle, y una lima de uñas entre las manos.
-Que pasa? Que quiere!, no ve que está cerrado!
-Cómo cerrado?,,- gritó el loco, Si son las doce, abran que tengo que dejar un dinero en deposito… orden del intendente!!!
-NO señor, el banco esta cerrado por medidas de fuerza tomadas por el personal. Hoy no se atiende.!
-NO me importa!— abra, o entro por la fuerza.-
La mujer se dio vuelta y le dijo, -Grosero!. Voy a buscar al delegado.!
Fernández seguía golpeando los vidrios y chillando groserías, a cual peor, Los transeúntes comenzaron nuevamente a arremolinarse, frente al dantesco espectáculo d e un loco furioso golpeando los vidrios con la culata de un revolver y gritando y gimiendo. Al rato, se apersonó en la puerta un individuo de unos 50, redondo como el gordo Porcel, pero mucho menos cómico.
- Compañero-, le dijo, -el banco está cerrado.-
-No puede estar cerrado. Estamos en pleno horario bancario , atiné a decir
-La Comisión en Enlace, La Mesa Coordinadora de Asambleas gremiales y la Comisión Interna de la sucursal, han decidido por unanimidad en el día de la fecha, que ante los insistentes reclamos de recomposición salarial, y mejoras en las condiciones de trabajo y la soberbia demostrada con la patronal, que ha desoído nuestros reclamos de incluir un descanso de 25 minutos a las 12 menos cuarto a fin de ingerir el sanguche de milanesa reglamentario según convenio colectivo firmado el 17 de octubre de 1954, y ante la intransigencia de las organizaciones populares y sindicales en aceptar estos avances indiscriminados sobre las históricas conquistas obreras conseguidas durante años de lucha, hemos decidido tomar pacíficamente las instalaciones y no brindar servicios al público, el cual, seguramente deberá comprender, movido por los hondos sentimientos de solidaridad social que animan al pueblo argentino. De paso, aprovechamos esta oportunidad para adherirnos mediante este acto a la lucha de nuestros compañeros en la selva de Nicaragua, enviamos nuestros saludos al Frente de Liberación Farabundo Martí, abogamos por un rápida sanción de Naciones Unidas para evitar el bloqueo a Cuba, refirmamos nuestra adhesión a la lucha de pueblo palestino, condenamos la política de derechos humanos de este gobierno radical y gorila, exigimos la Liberación de Nelson Mandela, y reclamamos la vuelta de Bilardo a la Selección.
Ese fue el principio del final. De un final, que, podría yo decir, a esta altura se me antoja como anunciado.
La cara de Férnández se descompuso. Su color pasó del blanco nival, al rojo furioso pasando por el verde manzana, para terminar en un púrpura amagentado.
Dio media vuelta, revólver en mano corrió hasta la camioneta, arrancó de un solo manotón a Sandoval, que por lo visto le molestaba para algo, y volvió con la cuarta de arrastre en la otra mano, blandiéndola como un caballero medieval contra los molinos de viento. Sin mediar palabra, se enfrentó con la vidriera que daba a la calle, y empezó a golpearla salvajemente , hasta que el vidrio estalló en millones de añicos, ante la mirada azorada del compañero gremialista, de la compañera empleada, de quien les habla, y de centenares de transeúntes que fueron testigos de algo insólito:
Un señor de bigote, con un revólver en una mano y un fierro en el otro, destrozaba las vidrieras de un banco, y en vez de sacar dinero de él, empezaba a tirarlo dentro. Porque ni bien rompió la vidriera, Fernández volvió picando a la camioneta y luego de darme un empujón, me quitó las sacas y comenzó a revolearlas hacia dentro del lobby del banco.
En una mano el revólver, amartillado, y con la otra revolaba el dinero a través de la vidriara rota. A los pocos segundos, como era de esperarse, saltó a chillar la alarma del banco, una de esas viajas campanillas, como las de las viejas escuelas, sólo que diez veces más grande, que empezó a atronar la mañana, ahogando un poco los gruñidos de Fernández que a esta altura había perdido el saco, tendía la camisa desgarrada y manchada de la sangre de Sandoval, que se le había pegado al sacarlo de la camioneta para agarrar el fierro. Era una imagen patética, algo así como el Increíble Hulk, devaluado, y de color rojo violáceo, en vez de verde.
A esto se le agregó, como para decorar el marco final, las sirenas de la policía, yo no se si alertadas por el personal del Banco, que no sabía cómo enfrentar la situación o si por los vecinos que ya hacía media hora veían circular por el barrio un vehículo descontrolado con tres pasajeros sospechosos andando a toda velocidad por los laberintos de Lugano 1 y 2, mientras uno de ellos amenazaba a la gente con un revólver en la mano.
En la segunda corrida en búsqueda de mas dinero, Al tratar de revolear la bolsa llena de monedas, Fernández perdió el equilibrio y cayo de bruces sobre la vereda, con tanta mala suerte, que el revolver, amartillado voló por los aires, golpeó contra el cordón y se disparo, dándole a la compañera cajera en un brazo.
Los gemidos se multiplicaron, al tiempo que los patrulleros (tres) aterrizaban chirriando gomas, con las balizas rojas (si, eran rojas todavía) encendidas.
Fernández todavía yacía en el suelo, atontado, cuando cuatro policías se lanzaron sobre él. Se levantó como un resorte, y salió disparado hacia dentro del banco, pero antes que pudiera saltar la vidriera rota, otro cana lo interceptó. Comenzaron a forcejear, mientras Fernández se desgañitaba pidiendo que lo soltaran, que tenía que entregar el dinero del intendente, que nadie lo iba a impedir, que tenía una misión que cumplir, que los iba a matar a todos, y no se cuantas cosas más.
Cinco.
Cinco policías fueron necesarios para sujetarlo, hasta que pudieron esposarlo, y tirarlo dentro de uno de los patrulleros.
El dinero fue incautado por la policía, y luego de algunos trámites entregado de nuevo a la Ciudad que lo depósito en el banco.
Sandoval y la cajera, fueron llevados de urgencia al hospital más cercano, donde se repusieron favorablemente de sus heridas.
El pobre Fernández fue arrestado y llevado a juicio donde fue acusado de malversación de fondos públicos, abuso de autoridad, mal desempeño de sus funciones, conducir en exceso de velocidad, inducir a la ebriedad a terceros, lesiones leves y graves, privación ilegítima de la libertad a un menor (en ese caso, yo) , destrucción de la propiedad privada, intento de robo inverso, portación ilegal de armas de fuego, intento de homicidio, cargos todos ellos que fueron retirados por la fiscalía, al no haber ninguna denuncia, y determinarse que el pobre Fernández había actuado en estado de emoción violenta, aún el día de juicio permanecía en estado de shock, sin hacer articulado palabra desde el día de su arresto, tres meses atrás.

Sin perjuicio de ello, cumplió un arresto domiciliario de seis meses, por violación del derecho de huelga, y falta de respeto a un delegado gremial.
Con eso no se jode.

Yo, por mi parte, fui ascendido, y el episodio que les relato fue el comienzo de una brillante carrera en la función pública que ha sido el motor y la razón de mi vida, en una inexorable decisión vital de entregar mi persona y mis habilidades al bienestar ciudadano. Así fui parte del los equipos de privatización de Grosso, trabaje en le secretaría de hacienda con De La Rúa, inspeccione los carritos de la costanera con Olivera, recuperando hectáreas de parque para el dominio publico, coordine las cooperativas de trabajo de las empresas recuperadas con Ibarra, y zafando de milagro del tema de los boliches, que me encantaba, pero me dejaba de cama, trabajo ahora con Telerman, identificando esquinas estratégicas para convertirlas en rincones de París.
Algunos, de vez en cuando me gritan: veleta, corrupto!, pero yo no les hago caso. Arriesgué mi vida por esto, y me lo merezco.
Otros me gritan: maricón! Pero yo, como mi jefe les contesto que no soy maricón, a lo sumo, afrancesado.

domingo, julio 02, 2006

La Gente no mira para arriba.


LA GENTE NO MIRA PARA ARRIBA

Escribir, obliga a recordar con precisión.
Y la verdad es que el episodio fue tan inusual que merece ser contado en detalle.

Esto es real, me ocurrió hace poco tiempo, pero para ser contado como corresponde debo hacer una pequeña introducción-
Hace un millar de años, siendo yo todavía alumno de la prestigiosa Escuela Argentina Modelo, cursando por aquellos púberes días el segundo año, apareció una bonita tarde de marzo, un señor de aspecto apacible, pelo cano, pero escaso y nariz prominente, pequeño, y delgadísimo.
Su primera aproximación al enjambre de insultantes adolescentes en celo, no pudo ser más asincrónico con su apariencia.
Buenos días, dijo.....Soy el Arquitecto Paricio!... dicho esto, con un rápido ademán cruzó los faldones de su saco uno sobre otro, cubriéndose el cuello como si fuera un monje benedictino apresado en matambre y vociferó, con los ojos encendidos como brasas....” De Qué color es mi corbata?!!!!!!
Fue tal el asombro del su juvenil público que logro mantenernos en un atónito silencio por varios minutos... lo que lo llevó a reiterar la inquisitoria, cada vez más persuasiva, cada vez más hiriente....
Empezamos a adivinar, tímidamente, sin tener la menor idea de qué carajo estaba pasando, salvo que en principio estábamos conociendo a nuestro nuevo profesor de dibujo, y el tipo parecía que estaba total y definitivamente fuera de sus cabales.

-azul... verde... rosa.... amarilla....naranja.... fuimos tirando........ para terminar no adivinando ninguno.
Finalmente el tipo se aplacó, y nos mostró orgullos una horrible corbata marrón, pero en definitiva, había logrado su punto.... nos había captado la atención y además nos demostró de una, cuán escaso es el poder de observación de la mayoría.
El tipo sabía de lo que hablaba, y nos enseñó que una buena manera de ejercitar ese poder de observación y de disfrutarlo era tratar de caminar por la calle con la mirada bien erguida, y en lo posible, mirar cada vez que pudiésemos hacia arriba. DE esa manera descubriríamos a demás una ciudad que nos era desconocida. La Buenos Aires de las fachadas históricas y sensacionales, la de las cúpulas exóticas, la de los hermosos techos de pizarra.
Y tenía razón. La gente en general se pierde de muchas de esas cosas, porque generalmente va ensimismada en sus cosas, mirando sus pies, o simplemente las baldosas de la vereda, cuando hay.

El viernes pasado, llegué a mi casa sobre las siete y media.

Es un horario medio temprano, para mi, porque generalmente no llego antes de las ocho.
Sabía que Iba a estar solo, sin embargo, me sorprendió llegar y encontrar todas las luces de la casa apagadas, ya que María y los chicos tenían un cumpleaños afuera, y no llegarías hasta más tarde y porque Mary la mucama debía estar en la casa.
Supuse que María la había mandado a algún lado, a comprar alguna cosa, pero luego deseché la idea, porque la bruja no le da a la maid ni cinco centavos para comprar papel higiénico.
Así que llegué a la conclusión, que la mina se las había tomado por las suyas, por ahí a hacer algún trámite, o qué se yo.
No me importó demasiado, así que me metí en la habitación con la idea de darme un baño.
No había llegado a sacarme siquiera la camisa cuando empecé a escuchar un insistente golpeteo, como si alguien se hubiera quedado encerrado en el ascensor o en algún placard, o en el baño.
Empecé a hacerme las ideas más inverosímiles, ya que recién había entrado en casa, tenía bien en claro no hacer cerrado con llave la puerta del ascensor, no obstante lo cual me acerque para comprobar que no era de allí de donde venían los golpes.
Entonces imaginé lo peor. Habíamos sido asaltados. Y la maid estaba encerrada en el baño principal, o no... seguro en que en el de servicio... o en el toilette, y por ahí los chorros estaban todavía en la casa, y mientras iba de un lado a otro, para comprobar que no había nadie ni en mi baño, ni en el de servicio ni en el toilette, me daba cuenta que la casa podía estar llena de delincuentes, facinerosos, secuestradores, violadores y otras yerbas, razón por lo cual comencé a transpirar furiosamente, al tiempo que intentaba determinar si faltaba algo de valor, lo que no lograba verificar en lo absoluto. Mientras ocurría a todo eso, el golpeteo, seguía incesante, lo que me ponía aún mas nervioso al borde de la exasperación porque me resultaba imposible determinar de dónde mierda venía el maldito repiqueteo.

Volví al living, que tenia todas la luces apagadas , y pensé, por primera vez, en el balcón, lugar el cual accidentalmente pudo haber quedado atrapada la chica, si la puerta se hubiera cerrado en un portazo, por ahí en un golpe de viento, pero yo sabía que no podia ser porque no había manera de que se trabar desde afuera.....pero no.

Y allí fue que la vi, al darme vuelta sobre mi izquierda, y observé la ventana lateral, que no tiene balcón sino tan solo un angosto macetero y una reja alta, de seguridad para que no se trepen los niños.
Una sombra ominosa, se deplegaba sobre la ventana a contraluz de las mortecina claridad del atardecer que se suele filtrar por el ventanal de la torre que da al oeste. Una gigantesca araña de cuatro patas cubría todo el primer paño de vidrio.
La sangre se me congeló al tiempo que se me paraban todos los pelos desde la nuca hasta el culo.
Me fui acercando cautelosamente, al tiempo que mis ojos se acostumbraban a la semipenumbra.
De a poco advertí que uno de los brazos de la gigantesca tarántula se cerraba en un diminuto puño que golpeaba la ventana frenéticamente. Me acerque un poco más, medi muerto de miedo, medio hipnotizado por la curiosidad.
Y allí estaba Mary, la mucama, parada del lado de afuera, sobre los escasos diez centímetros de ancho que tienen las macetas que albergan los nobles malvones porteños que Maria Eugenia cultiva no sin cierto desapego.
Medio encorvada, en cuclillas, golpeaba frenéticamente la ventada del lado de afuera en un escena que vista del living resultaba tan patética como hilarante

Apenas conteniendo la risa, mitad nerviosa mitad incrédula, abrí la ventana preguntándole qué catzo hacía del lado de afuera de la ventana del living, parada como un ladrón.
Me contestó que estaba limpiando los vidrios del lado de afuera, que ella siempre lo hacía así pero que para que no se le cierre la ventana ponía un trapo en el riel para contenerlo, pero por algún motivo, se olvidó de ponerlo y sin quererlo ella misma cerró la ventana, que se trabó desde adentro y ella se quedó parada afuera...
Mary, desde hace cuánto estas allí afuera, pregunté, ..... y me dijo que desde las cinco más o menos. Eran casi las ocho.
Estuvo allí parada tres horas, sin poder entrar, haciendo señas y gritando a ver si alguien la oía y la venia a rescatar, pero nada.
No sabe señor, me decía incrédula,.... yo dale gritar y gritar, y mover las manos.... pero sabe una cosa...... LA GENTE, NO MIRA PARA ARRIBA.

jueves, junio 29, 2006

Fragancia




FRAGANCIA

El es un buen tipo. Bah, en realidad no lo conozco tanto, pero entre los hombres (me refiero al “masculino”) existe ese nivel de conocimiento o relacionamiento, que no llega a ser amistad, pero que refiere una grata cordialidad, un humor compartido, cierta afinidad que no se profundiza por razones diversas.
Este es uno de esos casos.
Es, por lo demás, una relación típica de ciertos deportes, como el tenis, en el cual el relacionamiento individual, siempre termina modalizado por la competencia. Cuando uno juega a nivel social, volvés a llamar al mismo tipo para jugar, una, dos, infinidad de veces en tu vida. Así podes llegar a hacerte amigote, pero “amigo-amigo”, probablemente nunca.
A esto se le debería agregar que el club en el cual compartimos nuestros ratos, es un ámbito bastante peculiar, desprovisto de esa mística barrial que caracterizaba las tradicionales agrupaciones de principios de siglo, siendo más bien, en este caso, una especie de moderno gimnasio de lujo, repleto de modelitos fashion, señoras pasaditas de edad con retoques variados, en cuanto a cantidad, calidad y gusto y otras cosas por el estilo.
Lo que por otro lado, no está nada mal, según se mire.
Pues bien, el caso es que compartir con este muchacho un rato de tenis, sería de lo más agradable, salvo por un pequeñísimo detalle. El tipo no sólo juega muy bien, sino que es un auténtico caballero. No vas a tener con él ni una mínima discusión por una pelota dudosa o un fallo incierto. De ninguna manera. Ante todo, Fair play.
Esa actitud galante y extremadamente atildada, lo acompaña en todos los aspectos de su vida. Es particularmente prolijo en su apariencia, y en su vestir.
Se cuida mucho, y representa, menos edad de la que –presiento- tiene. Además , siempre esté acompañado. Muy bien acompañado.
Pues bien, jugar con el hombre no sería nada desagradable para mi, sino fuera por un ínfimo detalle, que uds. no se imaginarán, pero que en mi caso casi torna imposible ignorarlo.
Su perfume.
Existen ciertas fragancias que, por algún motivo que no llego a comprender, no puedo soportar, provocándome en forma casi inmediata, un tremendo dolor de cabeza y una fuerte incomodidad general.
No me pasa con los perfumes de mujer, pero sí con ciertos perfumes de hombre. Recuerdo haberle pedido encarecidamente a mi viejo, siendo yo todavía un adolescente, que dejara de usar Aramís, porque no podía soportarlo.
En este caso, este buen hombre usa algo parecido al clásico y ya demodé “Drakkar Noir”, y el efecto que produce en mí es fulminante, al punto de no poder obtener el grado de concentración necesario para jugar libremente.
Por largos meses callé la situación, por no tener cara para decírselo, y porque en definitiva, creía que era una exageración de mi parte.
Pero luego con sorpresa advertí, que no era el único, y que todo el club hablaba de lo mismo.
El extremo de la comidilla fue cuando, estando en el vestuario luego de ducharse, vi cuando se cambiaba, al abrir su armario, una ejercito de perfumes diversos.
Eligió uno, cuyo marca no pude identificar (creo que es una fragancia de Thierry Mugler), y prolijamente, científicamente, roció su cuerpo entero con el pérfido líquido, cuya aroma perforó de manera instantánea mis fosas nasales, produciendo un impacto fulminante e instantáneo en mi vórtex cerebral, noqueándome en forma fatal. El tipo se aplicó algo así como veinte toques de spray de la mortífera botellita, sin repetir y sin soplar, y yo casi sin respirar.
Allí comprendí la razón de la intensidad de la fragancia que emanaba del noble cuerpo del amigo.

A partir de allí es lógico entonces que su presencia se perciba, se preanuncie, en cada lugar del club que pase. Los pasillos, el gimnasio, el bar, el restaurant.
Todo lo abarca. Todo lo penetra. Todo lo inunda.

Sin embargo ayer pasó algo fuera de lo común. que me llamó a la reflexión.

Estaba yo saliendo de una de las canchas, cuando por detrás, ominosa, casi clandestinamente, me alcanza su perfume. Decidido a invitarlo a jugar de todas maneras, para ver si podía superar la valla psicofísica implantada por el ponzoñoso aroma, me doy vuelta para encararlo, cuando con asombro advierto que no era él.

Era ella.
Ella, que pasó frente a mi saludando amablemente, siguiendo de largo hacia su rutina en el gimnasio.
Era ella, dentro del perfume de él.

Fue entonces cuando una fuerte emoción me sacudió.
Porque ya sea por que ella usa el perfume de él, o porque la intensidad de su aroma se impregna en su piel tras la intimidad, lo cierto es que ella anda por la vida, vestida de él.
Luciendo su amor.
Ostentando su marca, diciéndole al mundo, que es suya.
que lo lleva en la piel.
de día y de noche
de fiesta, y en el gimnasio,.
Te dice, nos dice, soy suya, suya de él, de su intensidad, de su caballerosidad, de su pulcritud, de su aroma, de su amor.

Su perfume es su alma, es su corazón, es su piel, es él.
y yo soy suya
para que sepas.

Qué no daría uno, por un amor así.

martes, junio 27, 2006

Domingo de sol


DOMINGO DE SOL


Navego curioso por el asfalto
De un domingo inesperado
De una tersa mañana
Poblada de pasos perezosos.

Apenas entreveo, desde mi legañosa mirada
La vibrante intensidad del sol
Y la lenta población de las calles
Mientras me dejo llevar por la luz.

Despacio y sin querer
Llego al parque
Como al descuido
Y sin pensarlo
Entro en el Rosedal

Me sorprendo, como quien arriba
Por vez primera a una ciudad Luz
O a una verdad revelada

Veo, por tramos
Vidas nunca vistas
Vistas nunca vividas.
Camino por la grava
Gravemente
Con religioso respeto
Por un sagrado sitio
Que no me perteneciera

Y descubro
Que estoy descubriendo
Conquistando, amaneciendo
En un lugar que es ajeno
A pesar de haberlo rodeado cientos de veces.

Y conozco el puente con la pérgola
Bajo el cual tempranos amores
Ya se prometen
Y se rinden pruebas
(descubrí allí el amor?)

Y más abajo, las rosas nuevas
Rodeadas de insólitos y orientales visitantes
Que las veneran como si fueren estatuas griegas
Reservándose para siempre el momento
Digitalmente, como corresponde
(o será por este lado?)
Los caminos se entrelazan, laberínticos
Me llevan, lentamente ,
En un viaje a Sevilla, la galana
Que a Buenos Aires regala
Un patio andaluz

Donde una joven gloriosa
Ofrece a su bebe el regalo
Del verde , del sol
de la serenidad del parque
Y la generosidad de su pecho tibio

El le agradece desde su sonrisa que aún no habla
Pero que mañana será
Esa compulsiva y amorosa obsesión por
“la vieja”.

(me parece que es acá!).
Hay un lago
En realidad hay dos
Pero en el que está más acá, más cerca de la calle Casares
Los vi.

El, sentado sobre el banco de piedra sin respaldo
De frente al lago y al sol
Sus manos sobre las rodillas el torso desnudo
El vientre una enorme luna blanca
Parece un Buda criollo.

Su cráneo casi sin pelo
Su bigotito ralo
A lo Pedrito Quartucchi
Araña los ochenta, fácil
Su mirada chiquita de las ranuras negras de sus ojitos
Resistiendo la resolana

El termo reposa, como un centinela
En el suelo. Todo Lumilagro, de principio a fin,
esperando el descanso del mate
sobre la piedra del banco.

Pero ella....... ahhh, ella!
Grande, como calesita en funda
Rubia, gringa, casi seguro. Rotunda
Casi de su misma edad.
(sus arrugan son parejas)

Está de pie
Circula afanosamente en su derredor
Se inclina suavemente desde atrás
Y con infinito cuidado y ternura
Blande en su diestra una pequeña tijera.

Elige, cuidadosamente las flaquísima hebras de pelo
Que nacen en la nuca de él.
Y con extrema delicadeza y no sin pericia
va cortando milimétricamente los poquísimos pirinchos
que aún persisten,
orgullosos y negros, de tinte sencillo
que él en su infinita y eterna coquetería
aún se permite.

Lo mira desde atrás
Desde una vida, desde quién sabe cuando
Lo toca como a un cristal
Tan suave, tan delicada.

El se deja peinar, se deja cortar
No con paciencia,
Sino con la serenidad de lo eterno
(Este sí......éste es, seguro. Acá estaba!!!!!)
Con todo el sol del domingo
Para ellos solos.

Mandy

Mandy

Nos estoy seguro, pero tendríamos quince o dieciséis. Los dos.
Qué más da.
Eran los años de la adolescencia inquieta, y dorada. La de los sueños intensos, y la curiosidad virgen. La de los acercamientos lentos y pudorosos, casi sonrojados. Cuando tan sólo un tenue y delicado perfume era suficiente para arrebatar toda templanza, para dilatar las pupilas y enardecer la piel y cortar la respiración.
Tiempos de las primera fiestas con ellas. De la música disco, para el paso de moda y el relojeo previo. El tiempo para llegar, ver y ser visto.
Ver si está ella. Si llegó.
Si está sola, con la hermana, o sus amigas.
Si está con otro...
Ver si está linda...(Sí .... siempre está linda)-
El momento para acercarse e invitarla a bailar, que se prolonga por un rato, el suficiente para intercambiar las pocas palabras que el volumen de los parlantes nos deja.
Tres o cuatro palabras, dichas casi al oído. Una incomodidad calculada, casi premeditada, para poder acercare, rozar su pelo, adivinar su perfume, apenas intuir el contacto de mejillas acaloradas. Un toque apenas. El justo para saber... si está. Si quiere...
Llega el momento. Asoma Barry , y suena Mandy. Y en su vapor, se produce el milagro esperado, el primer abrazo bailado, el primer mimo musical de mi vida. El que da permiso para el dulce contacto de inocente piel, de calor tímido, de miradas entre incrédulas y maravilladas.
Son tres minutos de vuelo, de vértigo, tres minutos que pasan como un soplo, como una brisa, como un latido solo.
Como un relámpago rosado.
Tres minutos de un instante, que duraron para siempre.
Luego hubo otros lentos, y otras mejillas, y otros abrazos
Pero Mandy, y ella, fueron la primera vez.
Yo todavía me acuerdo.....
Su nombre.... me lo guardo.

Excomunión.

Palermitanos:

Duro fue el camino a recorrer anoche, cuando sudorosos y sedientos hubimos de emprender el árido sendero que nos devuelve, lentamente, al calor de nuestros hogares.
Así fue que pocos legionarios, ante la deserción de Nani, Hernán , Rolo, Pelado, -Edu, más los viajeros, Porel, Mr. President, Uru, o el auto exilado Pesca….por ejemplo….atravesamos las oscuras tenebrosidades nocturnas, en busca de algún refugio, alguna ermita, algún santuario, un “pied a terre” donde calmar la sed, donde reponer algo de sus exhaustas fuerzas. Ni siquiera contábamos con la reaseguradota presencia del Cardenal, para sofrenar tanta incuria espiritual.
La dura sentencia recayó sobre tirios y troyanos, sin mediar posibilidad de defensa o descargo. Tristán, nuestro liason officier… discurrió largos circunloquios celutelefónicos, más la decisión fue lapidaria. E inapelable. Hemos sido expatriados. Expulsados. Ex comulgados.
No hay peor castigo.
NI siquiera la hoguera es tan cruel, pues en ella se expía el alma. No. El exilio es peor.
Condenados a errar, como el holandés sin rumbo, como el judío sin nombre, como el eternauta, como Jackaroe, como Nippur de Lagash, condenado por siempre a no retornar a Ur…!!!! Como Kokito, en busca de un PIluso… que ya no está…..

Sombrío el gesto, la diezmada y melancólica escuadrilla, apenas podía repasar la anecdótica justa deportiva previa.
Siquiera el pasar, una breve mención, lacónica por demás, sobre cierta novel y blonda presencia en las huestes voleivolísticas.

Fiel a sus convicciones, y sin dejar que los traspieses que le amargaron el alma interfirieran en el cumplimiento de sus diplomáticos cometidos, El Tigre rápidamente gestionó asilo, que fue garantizado gracias a los buenos oficios de Sherman, que acogió a los torvos peregrinos.
Así refugiados en escuálida mesa Dorital, cansina la mirada, con el regusto amargo de la injusticia y la sinrazón, apuramos algunos magros bocadillos (de acelga, para ser más precisos), y alguna que otra viande rouge para reponer contenido proteico.
Comunicamos la sanción extraterritorialmente, por via de exhorto nextelefonico a un Guille autoacuartelado en oscuros aguantaderos brasuqueños.
Quien les habla, apenas pudo saborear unas pocas gotas de cierto Cabernet, con la certeza de haber sido perseguido y condenado.. por un crimen que jamás cometió.
Soñe anoche una frenética persecución en búsqueda de un siniestro personaje, que, manco él, insultaba camareros gays, sobaba sus mocos en los brazos de las señoritas, y eructaba sonoramente, mientras preguntaba si conocía el chiste del mago…!
El sueño se interrumpió cuando sonó el teléfono… desde lo más profundo de mis sombras, una voz me espetó… “le encontraré Dr. Dasso!!!!!!!”…..

El Living

El living.

Recuerdan amigos, nuestros “livings”?
Era, y sigue siendo, el nombre de moda para referirse a la sala de estar, que an algunos departamentos de los dorados 60´s acompañaban al comedor.
Yo nunca viví en un departamento demasiado grande, pero sí recuerdo que el living era un lugar resguardado de la vida cotidiana. No digo que estuviera cerrado a cal y canto, pero no pasábamos por él demasiado seguido. Era un lugar casi reservado a los mayores, a las cenas de los viernes por la noche, para las ocasiones especiales.
La casa de la abuela, por ejemplo. Una gran casona de dos pisos de Villa Urquiza. No tenía un living, sino tres, sucesivos, alineados, uno con la gran mesa de comedor, otro mas parecido a un “estar” y un tercero, cuya función jamás pude precisar.
Estuvieron siempre cerrados, incluso en las fiestas más grandes, donde se juntaba toda la familia, preferíamos la sala cotidiana, o el jardín. Con el tiempo, esos tres aposentos comenzaron a convertirse en una especie de mausoleo, a los que nadie entraba.
En la casa de mis tíos, pasaba parecido, sólo que mas sencillo, pero igual de cerrado.
Recuerdo el living de Mario. Al él sólo podía entrarse con pantuflas. Era realmente bizarro. Era un departamento que no tenía lo que hoy llamaría doble circulación. Así que, no importa a donde fueras, siempre, desde el ascensor y hasta tu destino final, habrías que discurrir ese trayecto en patines.
Hubo una época en la que también había que pasar ese calvario en su casa de fin de semana.
Más adelante, los “livings” pasaron a ocupar la función que los zaguanes tenían para nuestros padres. El lugar donde nos quedábamos, un ratito más, con nuestras novias. Mitad seguros, mitad observados.
En fin, un lugar reservado, un lugar, serio. Oscuro.
De manera tal que si por una de esas casualidades, uds.pasan por mi casa hoy, les pido no se sorprendan,
Sobre todo, si se sientan en mi sillón preferido y entre los pliegues del acolchado encuentran seis o siete autitos, tres bolitas de cristal, medio sandwich de milanesa, los álbumes de fotos desparramados en la mesa ratona, no se desanimen, sigue siendo un living. Mi living. Pero nada de eso estaría realmente completo, si no vieran pasar como un bólido enceguecido a un triciclo rojo, azul y amarillo, es mi hijo Marko, que me ha demostrado , a sus tres años y medio, que no hay mejor juguete para un niño que un living con doble circulación y piso de madera flotante, donde repetir , circuito tras circuito, las mejores maniobras que un ser humanos puede hacer sobre el material rodante, autopropulsado, en este caso.
Quien podría estar más orgullos que yo, que he podido regalarle a mi hijo, un Montecarlo en miniatura, cuatro curvones de Ascari, dos chicanas, donde mi pichón de Schumacher, Alonso o de Valentino Rossi baja tiempos, consiguiendo, vuelta a vuelta, instalar nuevos récords, en mi sonrisa.

domingo, junio 25, 2006

Sin testigos

No hubo muchos testigos.
Apenas el verde césped de san Isidro, y algún vareador medio tempranero, que a fuerza de ser mas parte de la tierra y de la verdura de la pampa que de las migrañas citadinas, sabe, a fuerza de certezas de hombre de campo, que de todos los animales de esta tierra de Dios, tan solo los humanos nos hemos quedado con la primitiva comunicación de habla.
Los animales, por mas antiguos y más resueltos,, hace millares de años que han aprendido a entenderse de otra maneras.

Se encontraron esa madrugada, y ni bien se vieron entendieron que hacía falta la charla.
Sus siluetas se recortaban sobre la escarcha brillante, y la helada mañanera hacía que parecieran bruñidos dragones suspirando fumarolas de melancolía.

Como dos viejos amigos que eran, no hicieron falta demasiados preámbulos.
- Me entere, le dijo, que cagada, no?
-Sep, le contesto, no lo puedo creer. Y el “tordo” , menos. Qué paso, cómo fue?
- Mirá, ud.s sabe como es esto. Me levantaron ayer, a las 4. No sé pa´ que mierda, cosa de argentos, vio?, como los milicos, al pedo, pero temprano.
Hacía un frío de las mil violetas, y la pista estaba helada.
A las cinco, ya estaba listo para salir, Ni el sol había asomado.
Yo pensé que ya me iban a guardar para la Polla, o par alguna cosa Grossa.
Pero no, el boludo del entrenador, me sacó como si fuera el último día de mi vida.
-Esa es la joda de la democracia, le dice el otro. No sabe apreciar a los distintos.
-No me hable de política, que se me eriza la crin, respondió nuestro héroe.
-La cosa es que a la seis y media, apareció el flaquito que me monta en los entrenamientos. Lo mire diciéndole, “flaco, no, es temprano, hace frío, no jodas”.
Pero el patrón manda. Y dice, “a la pista, como todo el mundo”. Como si me tuviera que enseñar, o tuviera miedo de malcriarme. Estos humanos son de terror. Los únicos seres capaces de malcriarse son ellos, A nosotros nos gobierna el instinto. En fin, son una raza de pelotudos, pero gobiernan el mundo. Y dicen que tienen cerebro!; lo parió, cerebro tendrán, pero alma, no le juro. La cosa es que salí a entrenar y al toque, no había hecho la milla, sentí que me taladraban la rodilla con un formón.
-Noooooo, dice el otro, Pero que pasó, se cayó?.
-No boluuuu, nada de nada, Salí del codo como siempre, tranqui y cuando encaro la recta, antes que me pegue el fustazo el forro ése, acelero, como para lograr ese efecto tan lindo de ir retrasado y ganar de atrás. A estos nabos les encanta. Debe tener que ver con alguna tara social, como esa del retrasado o el idiota que empieza a entender la vida tarde y que se rompe el orto y supera todos los obstáculos de una vida de mierda y al final, gana, dejando a tras a todos los otros. Una gansada., no?; pero como le dije, les encanta. Si uno es bueno, o es el más rápido, raja, se pone primero y gana de punta a punta, pero a estos salames, no, les gusta sufrir, son masoquistas, son.

-Lo noto medio resentido Husson, no se ponga así, el tordo y sus socios lo han tratado bien,.
-Bien, son una manga de tarados, eso es lo que son. Y ya lo dijo el filósofo filohebraicocriptoneocapitalista Cuchik,: “que les sirva de aneda, (sic), con la guita no se juega”. Ya me tenían vendido a Dubai, a los Emiratos, a Australia, 2 palos y medio embolsaban!!! y yo, un par de carreritas y a facturar 500 lucas por polvete!, qué me cuenta ….?. Pero no, había que esperar, que el tipo siguiera entrenando, que se la ganara, que fuera uno más del pueblo, que hiciera méritos, que ganara carreras para el público local, que se llevara las cucardas de la tradición rioplatense, ….. ay Dios!, no me haga elaborar….., que me dan de todo menos Prozac!
-Bueno no se ponga así, no es para tanto…El tordo lo hace por una buena causa. Elevar al Turf nacional. Sabe desde cuando no teníamos un crack como usté para el Pellegrini. El quería llevar a las familias, a la clase media a un espectáculo que es de lo más florido y tradicional de las raíces populares nacionales. Para él, la guita es lo de menos…
- No me hable! Justo a mí me tenía que tocar como dueño el Alfredo Palacios del turf! Pero si yo tenía que saberlo. Solamente un tipo así puede ser hincha de Ferro!!!!!

- No chille tanto, che. En definitiva, parece que es una lesión articular, pero que se puede operar…Muchos han vuelto, e incluso ganaron carreras.
- Si, eso parece.-
-Mírelo al Lucho Figueroa, se rompió justo antes del mundial, y ahí lo tiene, sonriente, diciendo..” hay cosas peores”, y hasta sale en un aviso del mundial abrazado a Fatiga, el perro de Francella…..
_Si, la verdad , no debiera ser tan pesimista. Al final de cuentas, esto del viaje me tenía medio preocupado.
-Por?
-Y qué se yo, eso de los países árabes, …. No se, me daba como miedito, es otra alfalfa, sabe?
-Yo tengo ancestros árabes, pero no hablo ni jota,..
-Y eso de andar trincándose a las yeguitas debajo de una burka, me da un poco de cosa, vio?

-Si, Husson, tiene razón..No hay como las yeguitas locales….. Y ya sabe quién lo opera?
-No la verdad es no tengo ni idea. Me entrego a las manos del “tordo”, el tipo entiende, me dejará en manos del mejor… no le parece…?
-Y si, hace bien, pero de todos modos le dejo un consejo
-Cual?
-Que lo atienda cualquiera, menos el Dr. Paladini!
-Por?
-Porque ése, FABRICA MORTADELA.!

Y así se fueron … esfumándose en la niebla matinal. Sólo la brisa del río los escuchó, y me trajo este diálogo al oído, en un sueño.

El 1 y el 2

El 1 y el 2.


El Uru lo contó despacio, con detalles, como hacen los uruguayos, tomándose el tiempo para todo.
Ya promediaba la comida, y habíamos dado cuenta de un par de buenos tintorros. Así, que, como cada jueves, la conversa se puso más intensa, más personal. Sobre todo, en noches como ésa, en las que no está el Pescado, que nos divierte por sí solo. Ahí es donde, a falta de Guille, sacamos a relucir nuestra mejor faceta para contar historias.

Una vuelta, dijo, mi padre, que ya falleció, estaba en Buenos Aires.
Estaba separado de mi madre, desde hacía años. Yo tendría, no se, ponéle 19 ó 20.
Y el viejo era de temer…. No paraba el loco. Y tenía unos líos con las minas fenomenales.
Y me llama , avisándose que estaba acá, en Buenos Aires y que no llegaba a tiempo a Uruguay. El, por esos días, vivía entre Montevideo y Buenos Aires, por cuestiones de laburo. Te estoy hablando de hace 20 años, más o menos.
Y me dice, mira, negro, yo estoy con problemas acá, y me voy a quedar hasta el miércoles.
Me acuerdo que era un Viernes.
También me acuerdo que en esa época mi hermano, estaba casado, y el suegro estaba muy mal, con problemas de circulación. Trombosis viste, en una gamba, y lo atendían en Buenos Aires.
Y el viejo, un poco con esa excusa, por temas de trabajo, y seguramente tendía también algún tiroteo en mente, me dice, mirá, me tenés que hacer un favor, dijo en el teléfono.
Andate hasta lo de Martita, y avisale, que yo hasta el jueves no vuelvo. Que tengo problemas con el trabajo, y que voy a estar cerca de Lucho . (Lucho era el suegro de mi hermano, el de la trombosis).

La cosa me venía bastante acomodada. Mi hermano me pidió que lo llevara a Carrasco, para tomar el vuelo a Buenos Aires, porque quería verlo al suegro. A mi me venía fenómeno, porque aprovechando que andaba en el auto de la suegra, ya tenia la mitad del camino hecho para Atlántida.
.
Me dice, no te hagas el loco, me dejás, y te vas a guardar el auto ya, no te vas a andar haciendo el loco en este auto, eh?
Vos fumá!, le dije. Y así como lo deje, salí disparado en ese mismo auto para Atlántida, Mirá si voy a andar haciendo el camino de ida y vuelta tantas veces.
Estaba escrito que esa noche, andaba con alma de cagador!

Yo a Martita no la conocía. Así que me mandé, y llegue el viernes a la noche, ponele mas o menos a la hora de cenar.
Cuando la vi, me sorprendi un poco, era bastante más joven de lo que me hubiera imaginado, y no estaba nada mal. Era cajera del supermercado, y no me llevaria mas de 5 años. Míralo al tata!
Le pase el recado del viejo, tal como lo habia pedido. La mina, no demostró emoción ninguna, muy bicha la tipa.
Es tarde, me dijo, querés cenar?.
Comimos, muy bien, y tomamos un rico vino, y charlamos
Me levante, para ayudarle con los platos, y emprender la retirada, que a esa altura, me parecía como prudente.
Te querés quedar?. No vas a andar por ahí a esta hora.
Me di vuelta, y en menos de lo que tarde en soltar la esponja con el detergente nos estábamos besando.

Me desperté con el desayuno en la cama.

Volví como si nada a Montevideo.
El jueves, ya en casa, aparece el viejo.

Me miró fijo, serio.
Y me sostuvo la mirada como solamente un padre se la puede sostener a un hijo, sin decir nada.
Se mantuvo un silencio que se cortaba con navaja.

Finalmente, y sin que se le moviera un músculo, susurró: “Sólo te digo una cosa…. En esa casa, yo, tengo el 1, y vos….. el 2.!
Y se dio media vuelta y se fue.

No nos dijo el Uru si volvió a ver a Martita.

NyC Buenos Aires


N&C Buenos Aires es un espacio dedicado a publicar relatos y poesías inspiradas y creadas por los personajes de esta Cuidad, en la que nací, crecí y vivo.

Los personajes son como debe ser todo personaje, en parte una clara versión de la realidad y en parte un cruel invención de quien relata.
Toda semejanza con la realidad es obra del mero azar, como el mismo hecho de haber nacido aqui, o de llamarme Ariel.
O de haber decidido escribir estas páginas.