Fui en busca de un sueño
De un pendiente, de una ilusión.
Necesitaba ver ese lugar sagrado
Y ser parte de él.
De manera prosaica y
sin dejo de dulzura
Casi comercialmente me llevó el día
Me acerqué caminando despacio
Respirando profundo
Esperando sentir, hacerme parte.
Vibrar
Quería sostener una canción,
Un poema
Una rima que aún no había escrito, pero
Que le pertenecía a este lugar desde
Que tuve noción de su existencia
Ansiaba maravillarme
Y emocionarme
Caminé lentamente, hacia la pirámide mayor,
Resguardando mis fuerzas, soñando trepar los 91 escalones
Me presenté ante el monumento
Y una simple y tonta soga de cáñamo
Me anunció que no.
Que ya no se podía subir.
Que esas alturas me estaban vedadas.
De repente me invadió una sensación de profunda tristeza
Una frustración tremenda (exagerada, quizás)
Que me duró casi todo el resto de la visita.
Me enojé con el lugar, con el guía, con el calor brutal
Con el sol que me picaba
Con la sed
Con el agua mineral casi caliente que llevaba en la mano
Caminé hacia el Campo de pelota,
Probé el eco del lugar. Seguí caminando al observatorio
Que sí conquisté con mi torpe escalada.
Casi dos horas después, volvía estar frente a frente con la pirámide
Ya solos
Casi sin gente
Soné mis palmas otra vez, para escuchar
El eco del grito del quetzal
Me planté en el suelo, mirando el altar arriba, desde donde alguien
Parecía sonreír burlonamente
Mirando de soslayo hacia abajo
Como queriendo decir que ahora
Las cosas estaban finalmente en su lugar,
El arriba, donde pertenecía. En el mundo de mis sueños.
Y yo, abajo.
En el mundo real.
Chichen Itzá, 2007
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