lunes, diciembre 25, 2006

Mi carta por la Paz.





Mi carta por la paz.

Tengo un dolor sordo
Una pesa en el pecho

Una sombra ominosa y densa que me hace compañía
Paseando colgada de mi alma, como una larga, silenciosa y pesada cadena.
Es una sensación vaga, pero conocida, de angustia y de repulsa
Que espesa el aire y lo vuelve venenoso

Anonadado me invaden las noticias, y nada da consuelo.

Así es la guerra.

Así es para mí, para quien vive aquí, y sabe que sus raíces llevan hundidas en este querido suelo más de cinco generaciones cuando un tal Agostino le escapó a la suerte
Y se vino de Verona en 1850.

Y esas raíces son la que me hacen crujir el alma cuando sé que en estos años
Abrazaron y fueron abrazadas por miles de manos y labios
Por Estheres y Fátimas, por Davides y Hassanes
Que llenaron de savia y de vida este suelo

Que alimentaron sus sueños inmigrante con blinis y con baclavas
Al tiempo que se hacían gauchos de rastra y chorizo.
Y compartían su pan y su vino.

Mierda, qué difícil es entender, y cuánto duele!

El caminante que soy ha hecho posta en esos santos sitios, llenándome de admiración y de emoción, pero sobre todo, ese mismo camino, allá y aquí,
me ha dejado reposar en algunas de esas almas,
y me ha permitido tocar alguno de esos corazones.

Nada me es tan ajeno como la indiferencia..
Esta tierra y esta historia, fueron y son la tierra prometida para muchos de ellos
También lo es para mí.
Aquí hemos construido una casa común.

No es un palacio, ni una gran mansión.
Se parece a lo que somos, un gran rancho de paja y adobe,
En el que algunas tejas están flojas, donde algunas ventanas no cierran
Y donde algunos caciques se hacen pasar por otarios para avivarse un poco.

Pero es la casa de todos.
En ella
El mate esta calentito
Y en la ronda, no hay distingo.

Quizás, desde acá podamos hacer algo.
Al menos, mostrar cómo es posible convivir en el amor,

Enseñar desde la piel de nuestros hijos, mitad canela, mitad leche cuajada,
Desde sus ojos, azules como el Mediterráneo
O moros como el desierto
En sus sangres mezcladas
En nuestro orgullo mestizo.

Que seguimos creyendo que no hay bien en la guerra
Y que la única razón
Es la esperanza.






Ariel G. Dasso
Buenos Aires , julio de 2006

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