La vida es lo que uno recuerda de ella.
Pero también es lo que hemos vivido.
La memoria es selectiva, pero también variable. Hoy recordamos unas cosas, mañana otras. Es sorprendente cómo olvidamos diálogos, situaciones enteras ocurridas sólo minutos atrás, tan sólo porque no le damos la menor importancia a lo que se desprende de ellas. Y por otro lado, tardes completas, recorridos banales, y hasta perfumes certeros y secretos (un redondo aroma a vainilla), o imágenes casuales (la delicada tela de una camisa a cuadros celeste y blanca estallando contra el sol de una primavera lejana) se vuelven presentes aunque hayan ocurrido largos años atrás, si es que han impactado nuestra alma en la manera correcta. Nuestro mundo está signado por el interés que depositamos en esos momentos.
Es que la felicidad está hecha de momentos, de instantes más o menos duraderos. Y siempre recordaremos esos momentos felices.
Sobre todo porque la felicidad no es un lugar al que se llega, sino una manera de recorrer el camino que nos toca.
Y el dolor?
Ah, el dolor es, para mí, diferente. No se recuerdan tanto los momentos dolorosos, sino que hay ciertas faltas, ciertas ausencias que se instalan como nubarrones en algún lugar del alma, ese lugar que para el mundo exterior se refleja, generalmente, en la mirada.
En realidad es que el dolor no se recuerda. El dolor duele. Duele hoy, ahora. Es presente. No es pasado, aunque se remita a remotas experiencias o historias, y a veces, ni siquiera sepamos su auténtico origen. Simplemente está ahí, como una parte de nuestra personalidad. El dolor nos acompaña silente, como parte de nuestra sombra.
Somos nosotros, o a lo mejor esos otros momentos de gloria, de gozo, los que ponen nuestra sombra por delante o por detrás.
Es entonces que vivimos una sola vida, o todas aquellas que permiten nuestros recuerdos?
La memoria, mezclada con la imaginación, es un arma fantástica,. Herramientas que combinadas con algo de arte, permiten la creación de mundos completos y fantásticos.
Qué, eso no es la realidad? NO, claro que no.
Tampoco es la realidad que la vida sea lo que uno recuerda de ella. Es tú realidad. Así que tu vida será una para ti y otra diferente para quien desde fuera te vea.
Me pregunto si en algo habrá coincidencias. Presumo que en los casos en los cuales se verifiquen mayores coincidencias entre lo que uno siente y los demás perciben, serán los casos en que el común de la gente te perciba como una persona honesta, abierta, creíble. Visible.
Y en los demás casos, serás un castillo inexpugnable, un misterio.
Ahora veo y me pregunto, si la vida es lo que recuerdas, qué recuerdos habré dejado. Qué parte de esa vida soy. Porque lo que ocurrió lo sé. También sé lo que recuerdo.
Esa sensación transcurre como otro sendero del desencuentro.
La vida, lo vivido, lo atesorado, lo olvidado.
De todo eso estamos hechos.
Si pudiera elegir, y el don me fuera dado, me gustaría, como una esponja simpática, llevarme conmigo lo mejor de cada rato, lo mejor de cada encuentro.
Aunque quizás esa no sea una aspiración para esta vida, sino para la otra. Una manifestación del Paraíso.
Guardamos las memorias esperanzadoras, las promesas de estar mejor. Las voces quebradas, suenan como acordes de una canción de amor, las miradas enfurruñadas, como amaneceres, los besos volados, como lunas de noches marinas, los suspiros, como besos dados.
Es que nada pude hacer que mate esas cosas dentro de mí.
Estoy perdido, sin remedio.
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