lunes, noviembre 19, 2007

Los Asesinos



Los asesinos.

Soy un agujero. Tengo un vacío en la panza, grande como un quasar.
Un trompo que no gira, pero que me horada las entrañas.
Nunca me creí perfecto, ni di por mi propia valía más de lo que ella importaba.
Y hoy sé que esa certeza es fundada. Nadie vale nada. Sólo valemos lo que la otra persona hace que valgamos en su propia vida, en su propia emoción.
Ni el estoicismo, ni el escepticismo o el aislamiento garantizan la libertad absoluta del individuo. La validación real, la afirmación de la propia existencia, se da en el otro. En el reconocimiento del otro.
Desconociendo o ignorando este detalle, uno podría conformarse o contentarse con permanecer ajeno, inerte, y expectante, desde una ética y una estética, más bien prescindente. Asi Pessoa, o, por momentos, Borges y tantos otros.
Y entonces, pregunto por qué y por dónde se forma este vacío, tan parecido a la soledad, esas ansias de completar nuestras vidas y nuestros sentimientos con emociones que nacen de nosotros mismos, pero que se alimentan del reconocimiento de los demás. De la amistad, de la devolución de gentilezas, del respeto..,
La ignorancia, el desdén y el olvido, se llevan las palmas como las armas nucleares contra la autoestima.
Nada parecemos sin el otro, sin su mirada, sin su llamado, sin su atención, sin su cariño, sin su odio.
Nada somos, cuando ni siquiera nos ignoran.
Y es que así, simplemente, no somos.
Nos aniquilan. No existimos. Nos matan, nos asesinan sin mover un solo músculo, sin pronunciar un grito, sin decir una palabra.
Y por eso andamos por ahí, desangelados, desiertos de él o ella. Agujereados sólidamente, consistentemente, como un dibujito animado, atravesado de lado a lado por un misil marca Acme, hecho de desapego, y olvido.
Nos decapitan, nos arrancan el corazón al dejarnos solos en el mundo.
Solos en la muchedumbre ruidosa. En medio de la multitud que clama por nosotros y nos tironea, arrancando gajos de nuestra voluntad, nuestro respeto, nuestros criterios.
Nos dejan solos, solos en medio de tantas cosas, de tantas obligaciones, de tanta gente.
Nos dejan solos, solos de ellos, solos de su perfume, de su presencia y de su voz.
Solos de sus suspiros.
Solos de sus ojos.

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