martes, julio 03, 2007

Manos.


Manos.
Manos en el subte.

Manos entrelazadas

N York
Abril de 2007
Manos agarrándose, manos apretándose, acariciándose, una a otras. Manos
Conteniendo, a veces acompañando, protegiendo
Manos guiando.
Manos entrelazadas, amarradas, anudadas, apoyadas.
Manos sobre manos, bajo manos. Mano a mano
Manos limpias, sucias de trabajo, pero limpias de mala intención.
Manos agradecidas, sonrientes.
Manos esperanzadas.
Pero, sobre todo, manos distintas, manos de uno y del otro, manos blancas sobre negras, manos marfiles y manos rojas, con guantes, algunas, callosas y rusticas las otras.
Manos gorditas, y manos elásticas, finas
Manos de pianistas abrazando obreros, manos de mucamas acariciando oficinistas,
Manos de edad, acompañando manos nuevas.
Y siempre los iguales, y los distintos, de la mano
Un arcoiris, una cascada de dedos y yemas y uñas, que se miman y acarician, que se rascan y se atan, que se raspan y vuelven a acariciarse y a estrecharse.

Y el gesto se repite una y otra vez, en la calle, en el parque, en los hoteles, en el restaurant, a la salida del teatro.
En el bar, en el café, y otra vez en el tren.
Y el gesto se potencia al ver a los protagonistas,
Combinaciones improbables de pieles, ojos y sueños.
Manos que en la locura de Nueva York hablan un idioma común, por encima y por debajo de la piel, de la edad y de la raza.
Manos que abrazadas, enlazadas, son nudos, redondos como mundos, como planetas enteros. Como vidas.
Vidas increíblemente unidas, caminos insólitamente cruzados y fundidos en uno.
Viajes individuales cuya única brújula fue el deseo, la búsqueda de un alma, viajes que se vuelven pares, y que no tienen color ni raza, solo tienen…. Sonrisa.
Eso…. Manos que sonríen.

Chacarera pa´ Daniel

Querido Dani:

Como lo dije en mi charla, es cierto que la belleza y la felicidad son cosa frecuente. Lo que yo he descubierto con los años, es que muchos de esos momentos tienen que ver con el contacto de las emociones, y la relación con las cosas que nos identifican y nos señalan como referencia en esta vida.
La tierra, la familia, la comida, la música, los amigos, son cosas tan simples y tan sencillas, como esenciales. Y cuando alguien regala esos bienes a otro amigo, es porque lo convirtió en parte de esas cosas. No creo que haya actitud más generosa.
Eso fue lo que sentí estos días, y no podía dejar de agradecértelo.

Será por eso que…

Cuando salí de Santiago
Todo el camino he cantado
Cante porque había sentido
un canto amigo a mi lado.



Claro que todo es mucho más intenso cuando se comparte con un grupo tan especial como mis queridos Luisianos. Amigos que te bancan hasta con sus silencios.


Compartiendo los caminos
Es como se entiende esta vida
Brindando con los amigos
Abrazando la alegría.


Así que de a poquito, a fuerza de pasteles y empanadas, de música y de sol, nos fuimos llenando de Santiago

Así lo viví compadre
Ud. diga lo que quiera
Pero fui feliz esa noche
Cantando una chacarera

Cuando me pasan estas cosas, mí única inquietud es tener la oportunidad de devolver tanta alegría.

Entonces…

Si alguna vez te pasa
Que andas solo en mi pago
Venite nomás por casa
Estarás como en Santiago!

Un beso enorme para todos, para vos, para Daniela, para tu encantadora Peluca, tus padres y Luciana, por tanta generosidad.

Y a mis Tigres….recordemos siempre que nosotros estamos para cosas grandes, ni a la izquierda ni a la derecha, ni siquiera al centro, sino ARRIBA Y ADELANTE!

Salú, y pesetas.

Ariel

Tréboles tiernos


Hay, o había, tréboles tiernos, arrancados de un manotón de la tierra húmeda, dejando en medio del jardín un manchón negro mitad barro y mitad nada.
Un rocío frío, de una mañana de julio cualquiera.
Despertarse era destronar la helada, ignorarla, aplastarla a zapatazos, abrazando el hielo del día, a mandíbulas llenas, a pulmón ardiente, a sudor forzado, casi milagroso, entre el vapor de dragón que exhalábamos.
El desafío al músculo dormido, herido de orgullo.
La seguridad de poder sobreponerme.
Esas mañanas fueron un jirón de mi vida.
Y todavía hoy me siguen diciendo que las estrellas se pueden tocar, y que no hay medida para el deseo.
Que quebrar la quietud y la muerte, la fatiga y el desengaño, es parte de la aventura.
La parte principal, y la primera.
La que como locomotora te lleva por la vida.

Hoy, hijo.


Hoy, que podemos, que la vida nos deja, caminemos juntos.
Aunque tus pasos, más ansiosos, a veces se angustien en mi (pretendida) serenidad.

Parece que te llevo y te traigo, y, en verdad, en cada tramo, crezco con vos, y mi pulso se acelera con el tuyo.
Cuánto de mí haya en vos, no lo sé.
Pero si alguno vez me interesó, si alguna vez verte era verme, verme mejor, verme niño, o joven otra vez, ya no es así. Eso ya pasó. Ya entendí.

Y hoy te veo a vos. Solo a vos mismo. Sí, es cierto, con algún aire, un halo.
Pero vos, entero, distinto y único. Creciendo, andando, tropezando, pero haciéndote.

Veo tus ganas y tu esfuerzo. Y te admiro.
Veo que cada día entendés mejor el valor de saberte capaz de intentarlo todo.
Que los únicos límites, los encontrarás dentro tuyo.
Que las únicas fronteras, son las que vos mismo pongas alrededor de tu corazón.

Porque no hay hombres, jugadores, equipos, materias u obstáculos invencibles.
Pero sí hay hombres indestructibles.

Y ésos son lo que con cada traspié, con cada desilusión, con cada desamor, con cada derrota, se vuelven a levantar, se lamen las heridas, se limpian la sangre reseca, se enjuagan las lágrimas (porque los indestructibles saben que llorar está permitido), y se vuelven a levantar, y vuelven a intentarlo.
Animados por una llama, un fuego sagrado que todo lo supera.

Cuida esa llama.
Aún cuando todo parezca apagarse.
Guárdala en un lugar secreto de tu corazón
Protégela, porque ésa es tu esperanza, ése es tu fuego.
Y sin ese fuego, hijo mío, la vida,
la vida no vale nada.