martes, junio 27, 2006

El Living

El living.

Recuerdan amigos, nuestros “livings”?
Era, y sigue siendo, el nombre de moda para referirse a la sala de estar, que an algunos departamentos de los dorados 60´s acompañaban al comedor.
Yo nunca viví en un departamento demasiado grande, pero sí recuerdo que el living era un lugar resguardado de la vida cotidiana. No digo que estuviera cerrado a cal y canto, pero no pasábamos por él demasiado seguido. Era un lugar casi reservado a los mayores, a las cenas de los viernes por la noche, para las ocasiones especiales.
La casa de la abuela, por ejemplo. Una gran casona de dos pisos de Villa Urquiza. No tenía un living, sino tres, sucesivos, alineados, uno con la gran mesa de comedor, otro mas parecido a un “estar” y un tercero, cuya función jamás pude precisar.
Estuvieron siempre cerrados, incluso en las fiestas más grandes, donde se juntaba toda la familia, preferíamos la sala cotidiana, o el jardín. Con el tiempo, esos tres aposentos comenzaron a convertirse en una especie de mausoleo, a los que nadie entraba.
En la casa de mis tíos, pasaba parecido, sólo que mas sencillo, pero igual de cerrado.
Recuerdo el living de Mario. Al él sólo podía entrarse con pantuflas. Era realmente bizarro. Era un departamento que no tenía lo que hoy llamaría doble circulación. Así que, no importa a donde fueras, siempre, desde el ascensor y hasta tu destino final, habrías que discurrir ese trayecto en patines.
Hubo una época en la que también había que pasar ese calvario en su casa de fin de semana.
Más adelante, los “livings” pasaron a ocupar la función que los zaguanes tenían para nuestros padres. El lugar donde nos quedábamos, un ratito más, con nuestras novias. Mitad seguros, mitad observados.
En fin, un lugar reservado, un lugar, serio. Oscuro.
De manera tal que si por una de esas casualidades, uds.pasan por mi casa hoy, les pido no se sorprendan,
Sobre todo, si se sientan en mi sillón preferido y entre los pliegues del acolchado encuentran seis o siete autitos, tres bolitas de cristal, medio sandwich de milanesa, los álbumes de fotos desparramados en la mesa ratona, no se desanimen, sigue siendo un living. Mi living. Pero nada de eso estaría realmente completo, si no vieran pasar como un bólido enceguecido a un triciclo rojo, azul y amarillo, es mi hijo Marko, que me ha demostrado , a sus tres años y medio, que no hay mejor juguete para un niño que un living con doble circulación y piso de madera flotante, donde repetir , circuito tras circuito, las mejores maniobras que un ser humanos puede hacer sobre el material rodante, autopropulsado, en este caso.
Quien podría estar más orgullos que yo, que he podido regalarle a mi hijo, un Montecarlo en miniatura, cuatro curvones de Ascari, dos chicanas, donde mi pichón de Schumacher, Alonso o de Valentino Rossi baja tiempos, consiguiendo, vuelta a vuelta, instalar nuevos récords, en mi sonrisa.

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