jueves, junio 29, 2006

Fragancia




FRAGANCIA

El es un buen tipo. Bah, en realidad no lo conozco tanto, pero entre los hombres (me refiero al “masculino”) existe ese nivel de conocimiento o relacionamiento, que no llega a ser amistad, pero que refiere una grata cordialidad, un humor compartido, cierta afinidad que no se profundiza por razones diversas.
Este es uno de esos casos.
Es, por lo demás, una relación típica de ciertos deportes, como el tenis, en el cual el relacionamiento individual, siempre termina modalizado por la competencia. Cuando uno juega a nivel social, volvés a llamar al mismo tipo para jugar, una, dos, infinidad de veces en tu vida. Así podes llegar a hacerte amigote, pero “amigo-amigo”, probablemente nunca.
A esto se le debería agregar que el club en el cual compartimos nuestros ratos, es un ámbito bastante peculiar, desprovisto de esa mística barrial que caracterizaba las tradicionales agrupaciones de principios de siglo, siendo más bien, en este caso, una especie de moderno gimnasio de lujo, repleto de modelitos fashion, señoras pasaditas de edad con retoques variados, en cuanto a cantidad, calidad y gusto y otras cosas por el estilo.
Lo que por otro lado, no está nada mal, según se mire.
Pues bien, el caso es que compartir con este muchacho un rato de tenis, sería de lo más agradable, salvo por un pequeñísimo detalle. El tipo no sólo juega muy bien, sino que es un auténtico caballero. No vas a tener con él ni una mínima discusión por una pelota dudosa o un fallo incierto. De ninguna manera. Ante todo, Fair play.
Esa actitud galante y extremadamente atildada, lo acompaña en todos los aspectos de su vida. Es particularmente prolijo en su apariencia, y en su vestir.
Se cuida mucho, y representa, menos edad de la que –presiento- tiene. Además , siempre esté acompañado. Muy bien acompañado.
Pues bien, jugar con el hombre no sería nada desagradable para mi, sino fuera por un ínfimo detalle, que uds. no se imaginarán, pero que en mi caso casi torna imposible ignorarlo.
Su perfume.
Existen ciertas fragancias que, por algún motivo que no llego a comprender, no puedo soportar, provocándome en forma casi inmediata, un tremendo dolor de cabeza y una fuerte incomodidad general.
No me pasa con los perfumes de mujer, pero sí con ciertos perfumes de hombre. Recuerdo haberle pedido encarecidamente a mi viejo, siendo yo todavía un adolescente, que dejara de usar Aramís, porque no podía soportarlo.
En este caso, este buen hombre usa algo parecido al clásico y ya demodé “Drakkar Noir”, y el efecto que produce en mí es fulminante, al punto de no poder obtener el grado de concentración necesario para jugar libremente.
Por largos meses callé la situación, por no tener cara para decírselo, y porque en definitiva, creía que era una exageración de mi parte.
Pero luego con sorpresa advertí, que no era el único, y que todo el club hablaba de lo mismo.
El extremo de la comidilla fue cuando, estando en el vestuario luego de ducharse, vi cuando se cambiaba, al abrir su armario, una ejercito de perfumes diversos.
Eligió uno, cuyo marca no pude identificar (creo que es una fragancia de Thierry Mugler), y prolijamente, científicamente, roció su cuerpo entero con el pérfido líquido, cuya aroma perforó de manera instantánea mis fosas nasales, produciendo un impacto fulminante e instantáneo en mi vórtex cerebral, noqueándome en forma fatal. El tipo se aplicó algo así como veinte toques de spray de la mortífera botellita, sin repetir y sin soplar, y yo casi sin respirar.
Allí comprendí la razón de la intensidad de la fragancia que emanaba del noble cuerpo del amigo.

A partir de allí es lógico entonces que su presencia se perciba, se preanuncie, en cada lugar del club que pase. Los pasillos, el gimnasio, el bar, el restaurant.
Todo lo abarca. Todo lo penetra. Todo lo inunda.

Sin embargo ayer pasó algo fuera de lo común. que me llamó a la reflexión.

Estaba yo saliendo de una de las canchas, cuando por detrás, ominosa, casi clandestinamente, me alcanza su perfume. Decidido a invitarlo a jugar de todas maneras, para ver si podía superar la valla psicofísica implantada por el ponzoñoso aroma, me doy vuelta para encararlo, cuando con asombro advierto que no era él.

Era ella.
Ella, que pasó frente a mi saludando amablemente, siguiendo de largo hacia su rutina en el gimnasio.
Era ella, dentro del perfume de él.

Fue entonces cuando una fuerte emoción me sacudió.
Porque ya sea por que ella usa el perfume de él, o porque la intensidad de su aroma se impregna en su piel tras la intimidad, lo cierto es que ella anda por la vida, vestida de él.
Luciendo su amor.
Ostentando su marca, diciéndole al mundo, que es suya.
que lo lleva en la piel.
de día y de noche
de fiesta, y en el gimnasio,.
Te dice, nos dice, soy suya, suya de él, de su intensidad, de su caballerosidad, de su pulcritud, de su aroma, de su amor.

Su perfume es su alma, es su corazón, es su piel, es él.
y yo soy suya
para que sepas.

Qué no daría uno, por un amor así.

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